¿Confiamos?

Claves para desarrollar relaciones de confianza en edades adolescentes.

 

David Martín Díaz

La confianza es un concepto clave en nuestra relación con los demás, con el futuro o las decisiones que tomamos, incluso con nosotros mismos. Confiar es creer: creer que puedo, creer en ti, creer que todo irá bien.

Podría decirse que la confianza es la medida de la calidad de las relaciones. En nuestra convivencia con otras personas, por ejemplo, es casi imposible que una relación prospere o se desarrolle de forma eficaz si no se fundamenta en una confianza mutua. Con respecto a nuestra relación con el futuro o conmigo mismo: difícilmente trabajaré activamente por ser un agente de cambio si no confío en que es posible conseguirlo o que tengo capacidad de contribuir de alguna manera. A mayor confianza, mayor calidad y mayor eficacia en esas relaciones.

Desde la Psicología se suele plantear que lo opuesto de la confianza es el miedo. Cuando desconfiamos, lo hacemos por ejemplo, porque tememos que las cosas no salgan como esperamos o como hemos acordado. O por miedo a ser vulnerable, depositando nuestra confianza en alguien o algo que después puede fallar. Incluso temor a salir de la zona de confort y tener que enfrentar situaciones nuevas. O, en otra escala, en nuestras sociedades actuales, de marcado sentido individualista, es frecuente fijar el mensaje de desconfianza hacia los demás, hacia las instituciones, hacia los otros grupos o un entorno supuestamente amenazante y hostil.

Se produce así una paradoja. Como dijo Tito Livio hace dos mil años, generalmente ganamos la confianza de aquellos en quienes ponemos la nuestra. La confianza funciona de forma recíproca, es como un boomerang. Difícilmente desarrollaremos relaciones de confianza si desde pequeños aprendemos a desconfiar de todos excepto de nosotros mismos. Difícilmente opinaré que el futuro será mejor si no confío en las personas que me rodean y comprendo la necesidad de construirlo colaborativamente. Difícilmente prosperará un grupo si sus integrantes no confían en sí mismos.

Por todo ello, confianza y control son también dos términos relacionados. Nos da confianza pensar que las cosas están reguladas, los límites muy bien definidos. Si pensamos, por ejemplo, en relaciones con nuestros hijos o hijas, interviene el temor a que se equivoquen y sufran por ello, a que les ocurra algo. Esto nos lleva a establecer límites, rígidas normas o hacerles mil preguntas que son interpretadas del otro lado como falta de confianza por nuestra parte. Otra paradoja, precisamente por nuestro deseo de cuidar y querer lo mejor para nuestros hijos o hijas, parecemos demostrarles poca confianza.  

Es un terreno complejo, cómo el amor y esa necesidad de cuidar y querer lo mejor para la otra persona provoca a veces sobreprotección, celo excesivo o necesidad de control. Así, por ejemplo, si con un enorme esfuerzo parental no doy suficiente espacio para que mi hijo establezca sus propios límites o desarrolle sus propias responsabilidades, no estaré facilitando que desarrolle habilidades fundamentales para la vida.

Porque hasta del desorden se aprende, y mucho. La vida es una negociación constante con la realidad, con los límites que nos autoimponemos o que marcan nuestra vida en comunidad. La disciplina es también interna, más allá de normas o regulaciones externas. Esa autonomía es clave para reforzar la confianza en uno mismo y para relacionarse positivamente con los demás. De hecho, el ser humano avanza a base de cuestionar los límites, propios o ajenos. Avanza porque tiene la confianza en que puede transformar(se), en que las cosas pueden ser de otra manera, en que el futuro puede ser distinto. Problematizar la realidad requiere confianza. Porque requiere darse permiso para enfrentar una situación compleja o conflictiva, así como pensar en que puede ser distinto. Imaginar un futuro mejor exige confianza y optimismo.

Vemos entonces cómo a desconfiar se aprende, y a confiar también se aprende. Así pues, educar y confiar son dos verbos íntimamente vinculados. Educar, en su raíz etimológica latina, es un proceso de acompañar un proceso de sacar a la luz o extraer algo que ya existe en la persona que aprende. Confiamos, por tanto, en que esa persona posee las cualidades que desarrollará, de la misma forma que confiamos en que será capaz de alumbrarlo o desarrollarlo.

Y en este maravilloso proceso, la confianza que depositamos sobre los demás afecta directamente a su autoconfianza.

Cuando un bebé está aprendiendo a caminar, por ejemplo, como adultos confiamos en que logrará hacerlo, tarde o temprano. Aunque el bebé se tambalee, dude o se caiga, no cuestionamos sus capacidades ni modificamos nuestra expectativa, porque sabemos que todo ello forma parte de ese proceso de aprendizaje. Reforzamos sus intentos, orientamos sus pasos, damos espacio para que siga intentándolo. Sabemos que puede. Confiamos, a veces incluso más que él o ella misma. Cabría preguntarse en qué medida ofrecemos el mismo soporte o mantenemos la misma expectativa como educadores.


Todavía podríamos añadir otro ingrediente crítico a esta reflexión: la adolescencia. Esa etapa clave en nuestro desarrollo como personas y tan esencial en nuestro aprendizaje. Momento de aprender a regular y gestionar emociones, mantener conversaciones complejas, negociar, desarrollar la autoestima y el sentido de identidad y pertenencia, de aprender a relacionarnos con los demás de formas nuevas. Momento también de empezar a imaginar el futuro, la vida que queremos llevar y empezar a tomar decisiones cruciales. Todos y cada uno de estos factores está claramente relacionado con la confianza.

Entonces, ¿cómo se construye o se cultiva la confianza? Si hablamos del entorno familiar o escolar está claro que cada caso concreto requiere respuestas específicas, según el contexto y los rasgos propios de las personas que intervienen. Lo que sí podemos afirmar es que la respuesta requerirá un enfoque sistémico. Si preguntas a en casa o a tus alumnas o alumnos seguramente resaltarán como variables para desarrollar la confianza: la crianza o estilo parental positivo, un clima de confianza familiar (no solo interpersonal), la puesta en práctica de relaciones positivas, el apoyo familiar incondicional, la comunicación fluida, el respeto mutuo, el compromiso compartido, tener normas y límites claros y acordados, la transparencia, sinceridad y honestidad… Variables, todas ellas, que requieren un esfuerzo consciente e intencional.

De todo esto se habla en la sesión “¿Confiamos?” del ciclo de conferencias La Educación Que Queremos 2021, acompañados de cuatro jóvenes de entre 15 y 17 años: Alicia, Mateo, Raquel y David. Es la ocasión de escuchar su punto de vista sobre cómo generar relaciones de confianza, qué significa para ellos, cómo lo viven en el ámbito familiar o escolar, qué funciona y qué no.

David Martín Díaz

Psicopedagogo y profesor en la UCJC
@davidmardiaz
 

 

Si quieres ver la entrevista que realizamos al ponente y conocer más detalles sobre el ciclo de conferencias La Educación que queremos haz clic aquí